Hace unos meses mi amiga consiguió uno de estos pisos de
protección oficial de alquiler reducido. Yo no sabía siquiera que estuviese en
lista para uno, dado que ya tiene piso, pero como me estaba esperando a la
salida del trabajo para “salir a celebrarlo” yo me dejé llevar. Porque soy una
buena amiga y quería compartir su alegría, pero principalmente porque soy pobre
y ella invitaba.
Entre plato y plato de dim-sum me contó que llevaba ya
tiempo queriendo llevar a cabo un plan para vivir sin tener que trabajar. Le
pregunté qué parte de aquel plan incluía pagar los gastos de un piso más el
alquiler de otro, y me dijo que ahí estaba el bid de la cuestión.
Como la vi muy embalada me abstuve de decirle que se decía “quid”,
y seguí comiendo en silencio mis empanadas mientras escuchaba su estallido
enterpreneur, que por lo que entendí implicaba que ella se mudase al piso de
protección oficial y alquilara el piso antiguo, mucho más caro, de forma que
pudiera pasar el mes sin trabajar.
Con mucho tacto y la quinta cerveza en la mano le pregunté cómo
pensaba alquilar su amplio quinto sin ascensor, exterior con vistas a la
trasera de un restaurante koreano, bien localizado a cinco minutos del metro de
Carabanchel apartamento, pero me hizo ver que mi falta de ambición y visión de
negocio me impide ver, aparentemente, que los alquileres a la baja quiere decir
que están subiendo, y las zonas marginales son los nuevos nichos de mercado de
los empresarios hipsters. Al parecer un señor que tiene una cadena de
supermercados va a abrir uno allí, y aquello va a ser la bomba.
O un hotel.
O algo.
Me alegré de que mi amiga no hubiera dejado ningún cabo
suelto en su plan, y le pregunté si ya tenía arrendatario para el piso antiguo.
Momento en el que se quedó muy seria, me cogió la mano, y me dijo que ese era el
motivo por el que me había invitado a cenar. Yo me ofendí un poco al ver que solo
me quería para pedirme un favor, pero mi estómago pesaba demasiado en aquel
momento y el enfado no pudo cargar con él. Con la cara más seria de la que fui
capaz e intentando plasmar en ella que estaba herida pero que era lo suficiente
buena persona como para dejar esto pasar en aras de la amistad y de un helado
de té verde, le pregunté qué quería de mí.
Resultó no ser demasiado. Como no tiene tiempo para hacerlo
ella pero no quiere alquilarlo por agencia, se preguntaba si yo podría recibir
a la gente que llamara para ver el piso, aprovechando que por mi nuevo empleo
salgo a las tres. Me daría las llaves y pondría mi teléfono en el anuncio del
alquiler del piso, así que yo recibiría las llamadas, concertaría las citas
para visitarlo, lo enseñaría, y le contaría a ella qué me habían parecido los
potenciales arrendatarios.
No voy a mentir: La mayoría de la gente que pulula por el
circuito de pisos de alquiler son un poco extraños. Por cada persona normal que
te encuentras, hay siete tíos raros que te miran fijamente en vez de responderte
cuando les hablas/mujeres con la ropa llena de encajes que dicen que son
psíquicas, con tres perros y siete gatos/Erasmus con la palabra “descontrol”
escrita en la frente/sintechos que te juran que aunque no tengan contrato
tienen ingresos regulares. Fue esto lo primero que pensé cuando mi amiga me
pidió que fuera yo la que enseñara su piso.
Así que, como es natural, acepté encantada. Ni loca iba a
dejar pasar la oportunidad de ver a tanto bicho raro.
Ahora mismo tengo las llaves del piso de mi amiga, lo que me
garantiza acceso indiscriminado a su televisión de 50 pulgadas y su colección
de cine de los 90, y tal y como me pidió estoy concertando las citas para
visitarlo. Mañana mismo he fijado dos, una con un autónomo comercial puerta a
puerta que jura que cobra por incentivos más del triple del alquiler, y otra
con un batería de un grupo de heavy que dice que “por Odín” saca lo suficiente por
“bolo” como para mantener siete pisos como aquel “más todas sus mujeres y
ganado”.
He fijado las entrevistas a la misma hora. Estoy pensando en
decirles que le alquilaré el piso al que gane un duelo a espada. Quién sabe, si
me aburro quizá lo haga.
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