14 de noviembre de 2014

Alquilando pisos


Hace unos meses mi amiga consiguió uno de estos pisos de protección oficial de alquiler reducido. Yo no sabía siquiera que estuviese en lista para uno, dado que ya tiene piso, pero como me estaba esperando a la salida del trabajo para “salir a celebrarlo” yo me dejé llevar. Porque soy una buena amiga y quería compartir su alegría, pero principalmente porque soy pobre y ella invitaba.

Entre plato y plato de dim-sum me contó que llevaba ya tiempo queriendo llevar a cabo un plan para vivir sin tener que trabajar. Le pregunté qué parte de aquel plan incluía pagar los gastos de un piso más el alquiler de otro, y me dijo que ahí estaba el bid de la cuestión.

Como la vi muy embalada me abstuve de decirle que se decía “quid”, y seguí comiendo en silencio mis empanadas mientras escuchaba su estallido enterpreneur, que por lo que entendí implicaba que ella se mudase al piso de protección oficial y alquilara el piso antiguo, mucho más caro, de forma que pudiera pasar el mes sin trabajar.

Con mucho tacto y la quinta cerveza en la mano le pregunté cómo pensaba alquilar su amplio quinto sin ascensor, exterior con vistas a la trasera de un restaurante koreano, bien localizado a cinco minutos del metro de Carabanchel apartamento, pero me hizo ver que mi falta de ambición y visión de negocio me impide ver, aparentemente, que los alquileres a la baja quiere decir que están subiendo, y las zonas marginales son los nuevos nichos de mercado de los empresarios hipsters. Al parecer un señor que tiene una cadena de supermercados va a abrir uno allí, y aquello va a ser la bomba.

O un hotel.

O algo.

Me alegré de que mi amiga no hubiera dejado ningún cabo suelto en su plan, y le pregunté si ya tenía arrendatario para el piso antiguo. Momento en el que se quedó muy seria, me cogió la mano, y me dijo que ese era el motivo por el que me había invitado a cenar. Yo me ofendí un poco al ver que solo me quería para pedirme un favor, pero mi estómago pesaba demasiado en aquel momento y el enfado no pudo cargar con él. Con la cara más seria de la que fui capaz e intentando plasmar en ella que estaba herida pero que era lo suficiente buena persona como para dejar esto pasar en aras de la amistad y de un helado de té verde, le pregunté qué quería de mí.

Resultó no ser demasiado. Como no tiene tiempo para hacerlo ella pero no quiere alquilarlo por agencia, se preguntaba si yo podría recibir a la gente que llamara para ver el piso, aprovechando que por mi nuevo empleo salgo a las tres. Me daría las llaves y pondría mi teléfono en el anuncio del alquiler del piso, así que yo recibiría las llamadas, concertaría las citas para visitarlo, lo enseñaría, y le contaría a ella qué me habían parecido los potenciales arrendatarios.

No voy a mentir: La mayoría de la gente que pulula por el circuito de pisos de alquiler son un poco extraños. Por cada persona normal que te encuentras, hay siete tíos raros que te miran fijamente en vez de responderte cuando les hablas/mujeres con la ropa llena de encajes que dicen que son psíquicas, con tres perros y siete gatos/Erasmus con la palabra “descontrol” escrita en la frente/sintechos que te juran que aunque no tengan contrato tienen ingresos regulares. Fue esto lo primero que pensé cuando mi amiga me pidió que fuera yo la que enseñara su piso.

Así que, como es natural, acepté encantada. Ni loca iba a dejar pasar la oportunidad de ver a tanto bicho raro.

Ahora mismo tengo las llaves del piso de mi amiga, lo que me garantiza acceso indiscriminado a su televisión de 50 pulgadas y su colección de cine de los 90, y tal y como me pidió estoy concertando las citas para visitarlo. Mañana mismo he fijado dos, una con un autónomo comercial puerta a puerta que jura que cobra por incentivos más del triple del alquiler, y otra con un batería de un grupo de heavy que dice que “por Odín” saca lo suficiente por “bolo” como para mantener siete pisos como aquel “más todas sus mujeres y ganado”.

He fijado las entrevistas a la misma hora. Estoy pensando en decirles que le alquilaré el piso al que gane un duelo a espada. Quién sabe, si me aburro quizá lo haga.

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