Estos últimos meses he sabido más bien poco de mi amiga, más
que nada porque me cambié de trabajo, y todo lo parlanchina que es
ella en los descansos para el café parece que deja de serlo en lo que respecta al saldo del
móvil.
Sin embargo, hace unos días me llegó un mensaje suyo
preguntándome cómo estaba. Me alegré mucho de que intentara retomar el
contacto, así que la respondí contándole dónde estaba trabajando ahora y qué
tal me iba, y le pregunté qué tal estaban ella y el resto de gente del curro.
Para mi sorpresa, la respuesta fue un escueto “quién eres?” que me dejó un poco confusa.
Para mi sorpresa, la respuesta fue un escueto “quién eres?” que me dejó un poco confusa.
Resultó que la semana anterior mi amiga había
conocido a un tío muy majo que le había dado su número, y aunque lo apuntó bien e incluso le hizo una perdida, algo debió pasar en
la agenda de su móvil durante la noche, porque al volver a cogerlo para llamarle, el número que había bajo su nombre era el mío.
Mirándolo por el lado bueno, mi amiga decidió que le daba demasiada vergüenza no seguir en contacto
conmigo, ya que había sido ella quien había empezado hablándome. Mirándolo por el lado malo, me he vuelto a convertir en su confidente. Y ahora por whatsapp, que las tecnologías avanzan que da gusto y ahora
ya no puedes poner la excusa de que no te llegó el mensaje.
En estos meses parece que a mi amiga no le ha ido bien en
las lides del amor, y más teniendo en cuenta que el número de móvil del
único hombre que ha mostrado interés en ella ha sido mágicamente
sustituido por el mío en la agenda de su móvil – cambio bastante a peor si tenemos
en cuenta que es heterosexual, muy a mejor si hubiera sido homosexual –. La
pobre estaba bastante desmoralizada y apenas salía de casa si no era para trabajar
o hacer la compra, así que para intentar animarla le comenté que estoy yendo a clases
de karate y que si quería podía ir un día conmigo. No es bueno para una mujer de mediana edad no salir de casa, una acaba
enganchándose a las novelas románticas, y a partir de ahí todo es cuesta abajo.
Al principio se mostró reticente, eso de darse de tortas no
le parecía la manera más efectiva de pasar el rato, pero cambió de idea cuando
le mandé una foto de la gente del gimnasio. Yo pensaba que al ser en su mayoría
hombres se negaría por miedo a que la lesionaran, pero pareció tener el efecto
contrario: De pronto se moría de ganas de acompañarme.
Seguro que vio el buen
rollo que emanábamos y le dio envidia, ella es muy receptiva para esas cosas.
Quedamos esa misma tarde. Pensándolo ahora, creo que tenía
que haberle comentado algo sobre la ropa que debería llevar a clase, porque se
presentó en el gimnasio con unos pantalones de yoga y una camiseta de tirantes
que quizá le sujetara el torso lo suficiente para practicar taichí
sin que le botara el pecho. Como teníamos tiempo le dije que si quería le podía
prestar algo más adecuado, pero ella se empeñó en que esa era la ropa exacta
para lo que pretendía hacer. La verdad es que sigue sin ocurrírseme qué cosa se
podría hacer yendo a karate con ese atuendo aparte de exhibicionismo, pero
seguro que sus motivos son tan válidos como los de cualquier otro.
La clase no se le dio mal del todo. Tengo que explicarle que
siendo principiante no es buena idea querer emparejarse siempre con el más
mazado de los cintos negros cuando toca ejercicios en grupo, pero es un buen
signo que quiera aprender de los mejores. La vi mucho más animada al salir de
clase ese día, y debe de haberse enganchado porque lleva yendo a clase ya un mes sin haber faltado un solo día. Me alegro mucho por ella, después de estar tan
decaída está bien que vuelva a tener un hobbie. Y si encima hace un poco de
deporte mejor que mejor.
Aunque todavía tengo que preguntarle para qué deporte exactamente
es un top de biquini de triangulitos la indumentaria más práctica, y por qué
cree que se puede extrapolar a la vestimenta más práctica para karate.
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